Renard se revolvía en su colchón de pluma de ganso robado. No habían comido bien desde hace días, aunque habían enviado una expedición hacía tres días para que robaran comida y alimentar así a todo el campamento, esta no había regresado si no con sobras y mujeres.
Los cojines sobre los que apoyaba la cabeza eran incómodos, muy decorados con bordados dorados, propios de un jeque de las arenas (y así presumía de ellos su anterior propietario), pero las borlas se metían en su boca al dormir y las campanillas respiraban con él. Qué dura era la vida de aquel que pretendía aparentar. Se levantó de la cortina de terciopelo que cubría el colchón y tras esquivar un par de apilados muebles que parecían de la época roccocó de cada una de las razas de la tierra, salió de su tienda.
Las improvisadas calles con paredes de telas producían un efecto de mar desordenado y el crepitar de las antorchas ayudaban a ese efecto. No obstante, esa no era la única luz que se veía aquella noche, allí en las montañas, no muy lejos del tejido poblado, Renard vislumbró llamas, fue entonces cuando llegó el mensajero.
Momentos antes, Lumen y los suyos estaban preparados para acabar con cualquier grupo de bandidos, quemar un par de chabolas y que estos salieran corriendo como ratas huyen de un barco cuyo capitán dormirá mojado... la visión que tuvieron del campamento fue muy distinta.
Decenas de tiendas se aglutinaban, ¿Cuantos hombres debían haber? ¿Un centenar quizá? ¿Qué coño hacían aquí? El conjurador no estaba preparado para enfrentarse al pequeño ejército que Renard había preparado, los dioses sabrían con que propósito.
-¡Aaahhh! -Whreth lanzó un estruendoso grito de dolor ahogado por la sangre de su propia garganta.
-¿Pero qué? -una segunda flecha atravesó la pantorrilla del mago y este cayó de rodillas antes del previsible -¡Aaahhh!
Ysuf sostenía su arco destensado.
-Te has equivocado por última vez, “mago”.
-¡Maldito! -Lumen lanzó su bolsa contra el arquero, aunque con poca potencia, y este tubo facilidad para alejarse, antes de que los potingues, pociones y aguardientes guardados en botellines y frascos de precaria resistencia se mezclasen e hicieran explosión.
Ysuf empezó a correr huyendo de la última cagada del “cerebro” del grupo, ¡Qué estúpido había sido! ¡Qué posibilidades tenían! ¡Qué coño hacían todos esos bandidos ahí! ¡Qué!... ¿Qué?
La zarpa de un oso se interpuso en el último camino del cazador. Es curioso como el destino juega a veces con sigo mismo.
Que emoción como acabara esto.
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