Relato completo

– Por favor, insisto, dado que tú has propuesto el juego, creo que es adecuado que empieces tú. Así tendré un ejemplo para guiarme... no quisiera defraudarte – dijo la mujer, con la sonrisa típica de quien suelta un comentario con una segunda intención, que no te va a decir, por que ya la conoces.

En la otra punta de la mesa, unos labios se posaron sobre una copa, no por que tuvieran sed, si no por que su propietario tenía que calcular cual sería su próximo movimiento.

La mesa donde estaban sentados era una mesa larga, de esas que solo sirven para colocar una silla en cada punta. Tanto unas como las otras eran de piedra gris tallada, con escenas de niños jugando a la pelota, familias cultivando trigo, hombres emborrachándose, reuniones familiares de festividades diversas... pero aunque las imágenes eran alegres, al igual que una niña pequeña sonriente con vestido, con la iluminación adecuada, la visión era aterradora.

El invitado dejó la copa, entrecruzó las manos delante de su cara y sonrió. Contradecir a la anfitriona sería admitir que estaba en un problema y eso era algo que no se podía permitir.

– Como deseé, mi señora. – dijo con resentimiento – La historia que voy a contar, empieza como lo hacen todos los grandes relatos, y al contrario de lo que la gente cree, no es con un asesinato, si no con un robo. Y es que, en un principio, no hay nada valioso que obtener de un asesinato... a no ser que tú seas el asesino y te hayan pagado por ello.

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Nâshvil era un pueblo de interior que se había convertido en un pequeño gran bullicio de viajeros. En sus inicios era un asentamiento de los obreros y esclavos que trabajaban en la construcción del “Camino del hombre cojo” hará ya un par de décadas. Aunque exactamente no lo construían, simplemente lo adecuaban para el paso de grandes carretas y el uso mercantil. Y es que el camino ya existía, era un puerto de montaña que los contrabandistas usaban para llevar sus productos desde la costa a las zonas de interior de la región, y se llamaba así porque... bueno, porque era muy estrecho.

Una vez adecuado, el “Camino del hombre cojo” resultó ser una vía más rápida que algunas de las rutas que ya existían, así que muchos viajeros la frecuentaban y muchos de ellos paraban en Nâshvil en busca de un plato caliente y una cama donde dormir. Aquellos que en su día tuvieron suficiente ojo para los negocios como para crear una taberna en medio de aquel montón de casas desperdigadas encontró en Nâshvil su pequeña mina de oro. Por suerte o por desgracia, Grönan tuvo esa idea.

“El Poni remendado” fue una de las primeras posadas de Nâshvil, Grönan, un antiguo comerciante conocía bien las ventajas del “Camino del hombre cojo”, era consciente de que sería una gran ruta al interior y que los viajeros harían cola para dormir en algún lugar cercano, así que recogió lo que había ahorrado durante sus años de honrado trabajo e invirtió en la construcción de un modesto edificio en el centro de Nâshvil, donde ahora está situada la “Plaza de la Fuente”.

Pasaron los años, y Grönan celebraba y se regocijaba de los beneficios que había obtenido de los viajeros que pasaban la noche en su posada. Desgraciadamente, su mujer, Pristila, también había estado beneficiándose de los viajeros que pasaban la noche en su posada.

Según Grönan, no pasó mucho tiempo hasta que se olió que algo raro ocurría, y cuando descubrió el engaño, llevó a su mujer ante las autoridades. Las leyes de la mayoría de los templos de Nâshvil, coincidían en que el castigo por adulterio era la lapidación pública para la mujer y una bofetada en la mejilla izquierda para todos los cómplices del adulterio. No obstante, el juez que medió entre las dos partes se apiadó de Pristila y decidió condenarla al exilio... y era tal la devoción que el juez sentía por su trabajo que marchó con la mujer para supervisar que efectivamente cumpliera con su condena.

Las noches en el “Poni remendado” nunca volvieron a ser lo mismo.




Cogí mi copa, era un día cualquiera en un mes tranquilo de Nâshvil, la taberna de “El Poni remendado” estaba abarrotada de la gente que había decidido, ya hace mucho tiempo, que aquellas horas de la tarde eran idílicas para empezar a beber... espere, ahora que lo recuerdo, debía ser verano, porque la camarera, Miriham, llevaba puesto aquella tarde un conjunto que ahorraba en tela y prometía propinas.

Los asiduos menos asiduos de la taberna creían que Miriham era la nueva compañera de Grönan, se equivocaban. Cuando se le preguntaba a Grönan ofreciéndole una copa de su mejor hidromiel, este decía que ya había aprendido la lección y que no volvería a poner nada de valor al alcance del público. Su relación era puramente profesional, y todos los servicios que Grönan recibía de Miriham eran posteriormente remunerados.

El murmullo de la masa era la música que en aquel momento se escuchaba tras mi cortina de botellas. Yo, mientras tanto, había conseguido que Miriham se tomara un descanso y estaba sentada en la mesa escuchando una de mis maravillosas aventuras, ahora mismo no recuerdo cual era... ni si era cierta, y de repente, se hizo el silencio.

¿Sabe cuando estas por la calle con un amigo y le decide comentar lo horrible que es la persona que camina enfrente vuestra, lo mal vestida que va, o lo fácil que sería hacer que se le cayera su bolsa de oro, y el destino, en un alarde de aburrida omnipresencia, decide que todas las conversaciones de los demás transeúntes terminen en ese preciso momento y parece que antes de que usted haya acabado su frase el resto de personas ya la estuvieran mirando?

Pues ese es el tipo de silencio que se hizo, y todos miramos hacia la puerta, y tras una fracción de tiempo tan corta que posiblemente no tenga ni nombre, esta se abrió bruscamente.


– ¡Han atracado a mi padre!

El hombre que entró falto de aire en la taberna se quedó mirando a su interior, esperando una reacción. El más listo, o el más sobrio, junto las palabras que acababan de entrar por su oído y se levantó. El resto de personas le imitaron y salieron todos por la puerta, siguiendo al hijo del atracado. Me acabé la copa y me dirigí hacía la puerta.

Normalmente éste tipo de reacciones no ocurren en el “Poni Remendado”, si una persona cualquiera entrase a la voz de “¡Socorro!” o “¡Por favor, que alguien me ayude!”, solo se girarían curiosos y familiares. Pero si algo había levantado a éste pueblo era el dinero, y Böbraen, el padre del hombre con grandes pulmones, poseía mucho.

Ésto me recuerda que mucha gente me pregunta a menudo por qué existen tantas histórias donde un grupo de aventureros se encuentran en una taberna cuando, casualmente, alguien se acerca a ellos requiriendo sus servicios. Hay tres razones para que ésto ocurra, la primera es que, en pueblos pequeños, no existe guardía a la que pedir ayuda, y muchas veces hay que conformarse con aquellos borrachos que harían lo que fuese por conseguir otra ronda. La segunda es que si te llevas mal con la guardia del pueblo, también deberás conformarte con aquellos borrachos que harían lo que fuese por conseguir otra ronda, y ese era el caso de Böbraen. Sí un pueblo había surgido gracias a la <i>picardía</i> de sus habitantes, es de esperar que el regente de dicho pueblo también hubiera conseguido su puesto a base de aportar oro a las arcas del duque de la región, envenenar a algún pariente del duque o pagar a alguna criada para que provocara algún escándalo referente a un traje y una mancha... Aleshander no era esa clase de regente, Aleshander poseía un título nobiliario y Böbraen todavía no había conseguido arrebatarle el poder.

La tercera razón por la que hay tantos relatos que empiezan en una taberna es que a veces cambio el principio de las historias que empiezan por "Y la Dama del Lago se apareció ante el héroe...", sobretodo cuando me encuentro en un ambiente familiar. Es una situación muy incómoda cuando un niño te pregunta que hace el espíritu de una joven desnuda en medio de un lago... y no debería ser yo quien le explicara estas cosas, eso es trabajo de sus padres.

Pero volviendo a lo que nos interesa, yo estaba a punto de cruzar el umbral de la puerta cuando de repente noté como alguien me agarraba del brazo, suavemente. Me giré y mi mirada se cruzó con la de Miriham, su pelo se posó sobre los hombros, se notaba que había venido aceleradamente. Pocas veces me oiréis decir esto, pero en estos momentos es en los que odio no ser un héroe, y lo digo enserio, por que cuando cualquier héroe hubiera recibido un dulce "Ten cuidado" o un dramático "Vuelve con vida", cuando los labios de Miriham se abrieron, lo que surgió de ellos fue:

– Y ahora ¿Quién me paga la cuenta?





Recorrí la calle principal del pueblo, no fué tarea fácil, porque Nashvil se caracterizaba por ser larga, muy larga, todos los comercios querían un sitio en la calle que llevaba al “Camino del hombre cojo”, transitada por los viajeros que iban o volvían de la capital propensos a gastar algo de sus ganancias. Te podían asaltar comerciantes muy variados, desde vendedores de especias, pasando por los típicos vendedores de carne empalada al grito de “¡Con estos precios voy a la quiebra!” hasta llegar a los templos de Nashvil donde los sacerdotes pedían donaciones para sus respectivos dioses.

Cuando llegué al lugar del asalto, ya habían conseguido hacer las primeras curas a Böbraen. Se encontraba recostado sobre su carro al que los asaltantes habían volcado, a su lado, un montón de paja esparcida por el camino y entre ella un par de armas parcialmente visibles. Su hijo, algo más calmado, ya había empezado a relatar lo ocurrido a la multitud que hacían corro alrededor de ellos dos.

– … a la Capital, sí, allí nos dirigíamos, habíamos escondido las armas entre la paja y portábamos ropa de plebe para hacernos pasar por campesinos y despistar así a los bandidos -eso no era del todo cierto, llevaban ropa sucia y enfangada, sí, pero para un ojo experto esta seguía siendo de buena calidad. La imagen era más bien, como si dos burgueses se hubieran emborrachado aquella noche y hubieran decidido dormir en sus cuadras para no despertar a sus parientas- pero... pero de repente nos asaltaron y...

– ¡Y ESOS CABRONES NOS ROBARON! -Böbraen parecía haber revivido, o al menos la parte de él que sabía blasfemar – ¡Esos hijos de una amapola rosa silvestre me robaron el perfumado fruto de mis maravillosos comercios en tierra de enanos! ¡Con lo delicados, agradables y muy simpáticos que son los enanos, esas criaturas adorables a las que me encantaría espachurrar entre mis brazos como muestra de lo tolerante y lo poco xenófobo que soy yo! ¡Y esas magníficos hijos de una amapola silvestre me han atacado y me lo han robado todo! ¡Cuando consiga ponerle la mano encima de uno de sus tersos cuellos, pienso retorcérselo hasta que pueda ver el amanecer plácidamente a orillas de una playa de agua cristalina, compartiendo una copa del mejor vino!


Bueno, técnicamente esas no fueron las palabras exactas que perpetró la boca del comerciante... pero hay cosas que no repetiré en presencia de una dama.



Todos nos quedamos mirando a aquel hombre, asombrados del nivel de vocabulario que es capaz de alcanzar el ser humano en ciertos destellos de inspiración.

- Lo que mi padre quiere decir...

- ¡Lo que quiero decir es que ahí fuera hay un montón de armas de una calidad excelente y lo único que tenéis que hacer es sesgar la vida de aquellos que las sostienen! ¡Me dan igual! ¡Me dan igual mis armas! Solo quiero... solo os pido, que me traigáis los cuerpos sin vida de aquellos que me han atracado.

Las palabras de Böbraen causaron un elevado murmullo entre la multitud, algunos empezaron a alejarse, buscando algún rastro de los ladrones, otros, menos sutiles, empezaron a apartar con el pie las armas que los asaltantes se habían dejado en su huida.

- Aunque la venganza es un objetivo tentador en la vida de un hombre, no le va a salvar de la muerte, yo me preocuparía de llevarle lo antes posible al pueblo, para que los curanderos y los sacerdotes vieran esas heridas.

La gente dejó lo que estaba haciendo. Miraban asombrados al hombre que había pronunciado aquellas frases, lo había hecho con prepotente sabiduría, de la que solo hacen gala los que están seguros de cada palabra que vocalizan sus labios o de los que quieren convencer de su saber. Aquel sonido era acompañado de una imagen, un hombre muy viejo, de unos cincuenta años, portando un decorado cayado y vestido con túnicas finas y coloridas, todo ello montado sobre un blanco corcel. Era una figura que gritaba “Mago” a voz de gigante.

Los magos, hechiceros, alquimistas, dobladores de realidad, conjuradores, ilusionistas... todo aquel capaz de realizar magia era muy difícil de ver en “el mundo exterior”. Ellos se formaban en academias en las grandes ciudades, donde se les enseñaba a leer y escribir (me estoy refiriendo al idioma propio, no a un idioma arcano transmitido por el primer maestro que, bla, bla, bla, no, sencillamente es que la gente no sabe ni leer, ni escribir, ni encontrarle una utilidad a ello) alquimia, idiomas, geografía, historia… y lo que más llama la atención, magia.

La magia... la magia es complicada de explicar, es jugar con la causalidad del universo... ¡Es un diálogo! Es decirle a la realidad “Tú y yo sabemos que entre mis manos no hay una bola de fuego pero... ¿Qué pasaría si la hubiera? Eso no puede ser imposible, por qué si la hago aparecer, y fuera imposible, significaría que he roto el tejido de la realidad y todo el universo se iría al garete. Así que vamos a hacer una cosa, tú me dejas crear una bola de fuego y yo no se lo cuento a nadie”... es difícil de explicar, de entender y de realizar, y por eso los magos tardan tanto en aprender a manipular la realidad. Por ello, la mayoría muere antes de lograr dominar su poder o han pasado tanto tiempo en la academia que deciden quedarse e impartir clases o custodiarla.

En cualquier caso, el ancianete prepotente hizo subir a Böbraen en su caballo y que un grupo de hombres lo escoltasen a Nashvil mientras el nos ayudaba a vengarlo.

Râhin, el hijo del comerciante parecía preocupado, aunque su padre volvía a estar consciente, desde su discurso no había dejado de sangrar. Aproveché para acercarme a él y le toqué el hombro.

- No te preocupes, está en buenas manos.

Éramos una docena de hombre buscando a los asaltantes, con cierta dificultad. No eran estúpidos, conocían la zona y aprovecharon que Râhin tenía que ir al pueblo y volver con la ayuda para borrar su rastro. De vez en cuando, el mago, Lumen dijo que se llamaba, por no se que cuentos de su aura, que al proceder de un antiguo linaje de hechiceros, esta despedía continuamente maná y era luminosa como la luz del sol en un día de verano y creo que algo más, yo estaba atendiendo el camino y no le escuchaba mucho.... de vez en cuando, decía, señalaba alguna rama o brizna de hierba pisada y pronunciaba un “Todavía no les hemos perdido la pista, caballeros”. Era algo curioso, dado que las personas que íbamos delante eramos una montaña de alimañas muertas que cubrían a un cazador y yo.

Después de unos minutos de caminar, vi hacia donde nos dirigíamos:

- ¡Escuchad! -vociferé- Los bandidos se dirigen a las cuevas al oeste del “Camino del hombre cojo”, había oído rumores que ahí se estaban reuniendo un pequeño número de bandas locales, así que será mejor que nos dejemos de seguir rastros y empecemos a corres para alcanzar a nuestros ladrones, o nos tendremos que enfrentar a un reto mucho mayor.

- ¿Y cómo sabe usted eso? -Lumen se me había acercado durante mis palabras- ¿Eh? ¿Por qué deberíamos confiar en usted?

- En primer lugar, puedes tutearme, yo lo haré, y contestando a tu pregunta... es sencillo, viviendo aquí. No obstante, creo que aunque llevaras en el pueblo más tiempo no te enterarías de lo que ocurre en él, es difícil que tus libros cuenten lo que ocurre a tu alrededor.

Nuestros compañeros de búsqueda nos observaban expectantes. Algunos empezaron a mirarme mal... es divertido meterse con las figuras de admiración de la gente.

- Noto cierta mal intencionada soberbia en sus palabras, como si lo que soy le irritase en demasía. No se preocupe, la envidia y el temor a lo desconocido suelen provocar esos nefastos sentimientos.

- ... -tuve que bajar la cabeza- sí... sí lo reconozco, he de admitir que la incomprensión y la envidia, todo sea dicho, me han cegado y le he incordiado con datos que un extranjero es normal que desconozca. En ningún momento he pretendido ofenderle y si esa ha sido la impresión lo lamento en lo más profundo de mi alma. Soy consciente de que su saber es cuasi infinito y que posee conocimientos de gran valor... y hablando del tema -saqué una moneda de uno de mis bolsillos mostrando la sonrisa que había intentado maldisimular- tengo este doblón de oro del reino de Aâran... ¿Me podría dar el cambio en centavos?




Râhin le dio su espada al sirviente y esté la colocó en el pequeño armero que el hijo del comerciante tenía en su excesivamente decorada habitación.

Había sido un día duro, el viaje, la reunión con los bandidos ¿Qué es lo que había estado hablando su padre con aquel ladronzuelo prepotente? Y después, Râhin se llevó la mano al cuello al recordar eso, creía que iba a morir... de verdad lo creía, pero parecían más interesados en matar a su padre y salir corriendo ¡Suerte que su padre era un hombre precavido y llevaba su camisote de mallas debajo de la ropa!

-Señor -interrumpió el sirviente- … para desvestirle...

-Oh, sí por supuesto -bajó el brazo, seguía sujetándose el cuello.

Caro que él también llevaba el suyo, pero... creía que iba a morir ¿Por qué su padre no había querido llevar a más hombres para que protegieran el campamento? ¿Y los disfraces? No era la primera vez que recorrían el “Camino del hombre cojo” y nunca... bueno, debía dejar de criticar a su padre, al fin y al cabo estaba al borde de la muerte y no le parecía el momento más adecuado para...

-Mi señor, ya está listo – dijo el sirviente- mandaré a quemar sus ropas, éste barro no creo que se pueda limpiar y los rotos... ah, y se le ha caído un papiro de entre las ropas, se lo he dejado en el escritorio.

-Puede retirarse – sentenció toscamente

¿Un papiro? Cuando el sirviente se hubo ido alargó la manó, lo cogió y lo desdobló ¿Eso era su letra? Empezó a leerlo.


Yo, Râhin, hijo de Böbraen que a su vez fue hijo de Menron. Me comprometo por la presente a pagar la deuda contraída el sexagésimo cuarto día de verano en “El Poni remendado”, cuyos artículos consumidos expongo a continuación.

-Doce barriles de cerveza
-Quince botellas de hidromiel
-Tres botellas de vino de Ydrei'l
-Nueve botellas de “Desgarrahigados”
-Cinco chupitos de “Enviuda viudas”
-Un chupito de matarratas
-Dos estofados de buey
-Un costillar de cerdo
-Tres pechugas de pollo con guarnición

Que serán pagados en un plazo de cuatro días empezando por el día de hoy y cuyo precio asciende a no más de 50 monedas de oro, precio acordado por Grönan al tener la amabilidad de prestarme en su taberna. Si dicho pago no es realizado en el temporalidad concretada o no se abona el dinero convenido, dejo a disposición del sabio dueño de la taberna la tarea de usar los métodos que él crea oportunos para satisfacer sus deseos.


Firma el pagaré:
Râhin der Böbraen


Râhin cerró la boca, despacio. Volvió a mirar su firma.

- ¿¡Pero qué mierda...!?






Llevábamos corriendo bastante tiempo, esquivando raíces, cortando ramas, el bosque nos abrazaba como una madre cuando protege a su hijo... pero ese hijo tenía una espada y prisa. Si no alcanzábamos a los ladrones no conseguiríamos nuestra/su recompensa.

Fue entonces cuando ocurrió, acompañada de un silbido un salpicón de sangre brolló del cuello del primero de nosotros. La primera flecha había sido lanzada, y las piernas del pobre receptor llevaban tanto impulso que todavía caminó dos pasos antes de caer muerto.

-¡Cubríos! - no se quien gritó, pero fue lo más sensato y a la vez lo más obvio que se pudo oír

Varias flechas cayeron en la maleza, una consiguió dar en la pierna de otro de nuestros hombres que pretendía reaccionar un instante más tarde que el resto. Yo, por mi parte, tenía que actuar rápido, si aquello era una emboscada, los bandidos todavía no habían mostrado todas sus cartas... es curioso que una emboscada en un valle también se diga emboscada, supongo que cuando la gente grita “Nos han tendido una trampa” suele caer muerta antes de terminar.

Saqué rápidamente tres pequeñas esferas de una de las bolsas de mi cinturón y las lance contra los arboles que teníamos tras nosotros, hacia el camino por el que habíamos venido, con el impacto se incendiaron y empezaron a quemarlos. Alcé mi ballesta y esperé. El primer ladrón saltó de un árbol cercano al poco tiempo, disparé cumpliendo mi predicción de errar el disparo, y grité:

-¡Retaguardia!

Tras un nueva cobertura que no me expusiera a los enemigos que nos flanqueaban, vi como varios hombres, concentraban la defensa en los nuevos enemigos, mientras el mago pronunciaba unas palabras entre siseo y gorgojeo que avivaron las llamas. En primera linea seguía el intercambio de flechas, un poco desigual por parte del equipo local, que dominaba el juego.

Santiago miró su azada, él era un granjero cuya cosecha de nabos y tomates no había sido productiva aquel año... ni el anterior, y ahora mismo estaba rodeado de hombres que se pretendían quitar la vida, muchos portaban armaduras, todos armas, algunas de esas armas con filigranas en la hoja, y él con su azada.

Miró uno de los arqueros trepa árboles que le separaban de la recompensa que le daría de comer aquel año... y con suerte el siguiente. Cogió impulso y le lanzo la azada; podía ser que su arma no fuera lo bastante sofisticada como para acabar con la vida de un hombre; la azada impactó sobre su objetivo y este se desequilibró; pero durante todos estos años, Santiago se había estado labrando un amigo fiel; el bandido empezó a caer; que era lo suficientemente duro para tal cometido.


Tras los educados saludos y otras conductas sociales típicas, la refriega parecía que se desarrollaba de una forma un poco más ordenada. Los primeros instantes habían sido algo caóticos, pero los sorprendidos, para sorpresa de todos, se habían convertido en los sorprendedores y estaban rebatiendo de una manera sorprendente los argumentos que les lanzaban los ya no tan emboscadores bandidos.

Ballesta en mano, lance un par de virotes, tratando de no desvelar demasiado mi escondite. Los primeros en caer fueron los que habían pretendido envolvernos por la retaguardia, y que tras chamuscarles sus planes, prosiguieron el combate a pie, muy a su pesar. Había un guerrero, que no conocía del pueblo, que fue especialmente diestro con la maza y el escudo, prácticamente el combate en la retaguardia lo había ganado él... tubo suerte de que yo estuviera ahí para impedir que le mataran de una flecha en la espalda.

Por otra parte, la vanguardia era algo más nivelada, Santiago se desenvolvía bien con el arco que acababa de adquirir... no obstante, los enemigos del que nos iba a pagar poseían más destreza y no dejaban de hostigar desde los arboles. El herido del principio... el rápido que tenía la flecha clavada en el muslo, estaba en medio de la lluvia de flechas, oculto tras un gran roca y pidiendo ayuda. Un joven rubio, el hijo de uno de uno de los carniceros del pueblo, salió corriendo de su escondite para intentar socorrerle, pero su cuello se topó con el afilado metal de una flecha, y ante tal situación, solo hay un resultado posible. En fin, luego la gente dice que no hay buenas personas en el mundo... lo que ocurre es que las buenas personas no llegan a la edad adulta.

La batalla se desarrolló sin ningún altercado más destacable. Pese a la efectividad de la táctica que usé para acabar con los enemigos que teníamos a la espalda, decidí no volver a emplear las bolas incendiarias, en parte para no rodearnos de un fuego que nos podía superar... como ya he dicho era verano, y el bosque estaba especialmente seco... en parte por que con un poco de suerte seríamos menos a demandar el botín.

Y tras apagar el pequeño incendio, empezó lo que ocurre cuando un grupo de desconocidos se tiene que repartir un pastel, que por muy grande que sea, siempre te encuentras con demasiados repartidores.


-Yo he matado a tres de esos hijos de puta, que es más de lo que habéis hecho vosotros.

-Aquí que cada uno cargue con lo que pueda...

-¡Eh! ¡Hijo de troll! Ya puedes ir dejando eso en el suelo.

-¿¡Tu madre regaba las hortalizas en la “Ciénaga de los Lamentos” o que te ocurre!?

-¡Caballeros! Por favor -Lumen hablo con una sonrisa tranquila en su rostro- celebro que tras el combate les queden fuerzas para discutir... si me permiten les aconsejaría que repartamos el botín de una manera equitativa. Si bien es cierto que es divertido vociferar animádamente con los compañeros quien a matado más enemigos en el combate, no hay que con ello menospreciar el valor y la capacidad de todos... más aún cuando con ello insultamos a nuestros amigos que no nos pueden responder.

Todos miraron hacia los cuatro cuerpos que yacían en el suelo, cerca del grupo. Hacía apenas un cuarto de jornada nos acompañaban corriendo desde el pueblo y ahora no iban a poder regresar por su propio pie. El silencio que se escuchó a continuación rompía completamente con la griterío anterior. Pese a que todos habíamos visto la muerte de cerca, la perdida de una vida todavía proporcionaba algo de respeto hacia la persona que la había poseído. Los presentes que tenían casco se lo quitaron, aprovechando para quitarse de la cara el sudor que les había producido.

-Así pues -prosiguió el brujo- coincidimos en una partición por igual, que por comodidad de todos y para evitar que en una futura emboscada portemos demasiado peso como para devolverles el ataque, llevaremos en las alforjas de mi caballo hasta llegar al pueblo.

Tras unas miradas furtivas, los demás asintieron, era lo mejor, y tras aquel momento emotivo, los participantes de aquella refriega se dieron cuenta que habían salido de aquella situación por los pelos.

Empezaron a recoger las armas y a esconder los cuerpos que más tarde teníamos que llevar a Böbraen. Todo el mundo tenía un ojo avizor por si nos interrumpían durante nuestra tarea con una de las amigables flechas que habían demostrado ofrecer los bandidos... también había ojos, aunque no muy expertos en su tarea, pendientes de que el botín no desapareciese a mitad de camino hacía las alforjas.

Caminé por la periferia del improvisado campo de batalla. Mis sospechas eran que aquellos solo eran los subordinados de alguien más importante y que... efectivamente aquello solo había sido una distracción para dejar escapar a los que seguramente eran los cabecillas del grupo con el que nos habíamos enfrentado... estaban bien organizados, pero al no haber nadie dando ordenes durante la pelea era evidente que... mis ojos, que buscaban huellas o algún otro rastro se encontraron con un pie ajeno... posteriormente con una pierna, un torso y la cara del cazador de las pieles en verano. Parecía que él había tenido la misma idea que yo. Realicé una pequeña reverencia y le cedí el paso para que volviera con el grupo. Tras una mueca de desprecio, vi como su nuca se dirigía con paso rápido hacia el mago.






Las ramas y las hojas caídas eran aplastadas por los pies de tres hombres que iban corriendo. Pese a que aquella parte del bosque empezaba a estar más despoblada, la luz era cada vez más tenue, el atardecer se habría paso en su cíclico camino.

Una flecha surcó el cielo y rozó el pelo del hombre que corría a la cabeza, Rápidamente el hombre alzó el puño, y al hacerlo, la manga de la camisa se bajó mostrando el pañuelo rojo que llevaba atado a la muñeca.

-¡Somos nosotros! ¡Somos nosotros!

-¡Oh! -el tirador parecía preocupado... era lógico- lo siento jefe, les vi corriendo y con la cara tapada y no...

-¡Baja del árbol de una puta vez! -Renard, líder del los bandidos que operaban en Nâshvil no toleraba las equivocaciones. Miró la flecha que se encontraba clavada en el suelo, después de tantos peligros vividos en el ejercito, haber muerto por semejante estupidez era ridículo.

-Yo... -el hombre ya dialogaba con los pies en el suelo- lo siento señor, oí algo y me adelanté de mi posición... luego llegaron usted y...

-¿Qué a pasado aquí? -un quinto hombre se unió a la conversación- ¡Señor! ¿Y... y los demás?

-Se han quedado atrás para facilitarnos la huida

-¡Los vuestros ha tenido la avaricia de contradecirme! -Renard apuntaba con el dedo al nuevo interlocutor- ¡También quisieron llevarse todas las armas! ¡Espero que los hayan matado a todos!

-Sí, Zacar a sido siempre un agitador y un avaricioso, lo siento, intentamos que se quedara en el campamento montando guardia, pero...

-Y las armas ¿Las habéis perdido?

Renard miró penetrántemente al hombre que momentos antes le había regalado una flecha. Con un rápido movimiento desenfundo su espada y cortó su cuello con una entrenada destreza. Era la segunda vez que en aquella imagen aparecía el rojo.

-¡Mierda!

-¡Joder! -los que presenciaron la escena estaban atónitos- no... ¿No se ha pasado un poco? Es decir, lo que ha dicho...

-No, le he cortado el cuello por fallar el tiro de antes, -Renard ya limpiaba la sangre de su filo con las ropas del cadaver- si no lo hubiera errado ahora seguiría con vida.





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El narrador volvió a coger su copa, sabía que era autosugestiono, pero tenía la boca seca... ¿O puede que estuviera demasiado acostumbrado a beber? Su anfitriona llevaba un rato ligeramente distraída.

-¿Ocurre algo, mi señora?

-Oh, no sabía si podía interrumpirte o eso iba en contra de las normas del juego.

-No, no. Si tiene que ver con el relato, no -al dejar la copa y volver a alzar la mirada sonrió levemente- De hecho será un completo placer aclarar cualquier duda.

-Veras me estaba preguntando ¿Cómo conoces lo que ocurrió entre Renard y sus hombres? ¿O cómo sabes la reacción de Râhin al encontrarse la cuenta de la posada entre sus ropas?

-Bueno, se cómo piensa la gente... es fácil deducir sus reacciones...

-Ya, pero estás suponiendo conversaciones exactas, no meros matices de lo que sentían.

-¡Oh, mi señora! Los autores deben poner palabras para transmitir esas sensaciones. Estoy seguro que el lobo no discutió con la niña sobre el tamaño de sus orejas antes de comérsela, pero al narrarlo había que crear esa tensión, ese camino hacia al desastre que lleva al oyente a tener los nervios a flor de piel.

-Ya, pero eso es un cuento infantil ¿Desde cuando hablan los lobos?

-No lo se, no se me ocurrió preguntárselo

-... conociste a un lobo que hablaba.

-No, pero no por ello la historia de cómo lo conocí sería menos interesante.

La mujer arqueó las cejas, reflexionó un instante y ladeo la cabeza sutilmente.

-Está bien, puedes continuar.



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Apresuramos el paso al deducir que una horda de furiosos bandidos podía echarse nos encima. Estaba siendo una caminata realmente vigorizante, el mago caminaba ahora junto a nosotros, llevando las riendas de su caballo con nuestra recompensa.

- Vaya Hërz, deberías mirar más el camino y menos las armas, -el vendedor de verduras que acompañaba mi izquierda me miró con cara de no haber roto nunca un plato- estando en las alforjas es difícil que te tropieces con ellas.

- Ya, bueno... digamos que aunque siento respeto por la sabiduría del arcano, nunca había pasado uno por el pueblo... ¿Seguro que es de fiar?

- Es cierto -Santiago intentaba susurrarnos para disimular la conversación ante unos oídos en concreto- aunque ha estado ayudando a bastante gente desde que vino, nunca han sido servicios gratuitos... espero que al no ser de los nuestros no le tiente la codicia.

-Por supuesto Santiago, gente como tú, -le puse la mano en el hombro, para crear cierta cercanía- honrada, es de quien nos podemos fiar, podrías haberte quedado en casa con tus hortalizas y tus frutas, pero decidiste ayudar a Böbraen y no por una recompensa... si no por que tú eres así.

Santiago levantó la cabeza orgulloso, sintiéndose la persona más honesta del mundo y se marchó a los principios de la fila de nuestra cabalgata humana... con su maza a dos manos al hombro.

Metí la mano en la mochila y saqué una antorcha. Empezaba a oscurecer, y se notaba aún más con el espesor del follaje. Por suerte para nosotros y para desgracia para la historia, no nos ocurrió nada más interesante en el trayecto, las pocas bestias salvajes que quedaban en el “Camino del hombre cojo” habían aprendido hace tiempo a no cruzarse con un grupo de humanos con armas y/o antorchas en la mano. Al llegar ante la puerta de la casa-comercio, un edificio grande y bien cuidado situado en el camino principal, Lumen volvió a levantar el telón, y acabado el intermedio, su mala función de títeres volvió a empezar.

- Caballeros, ahora debemos hablar con Böbraen, estoy seguro de que se alegrará que sus agresores hayan sido debidamente ajusticiados. Por ello, y con toda la intención de molestar lo menos posible a nuestro común benefactor, propongo encargarme personalmente de comunicarle...

El chirrido de una puerta bien engrasada cortó la interpretación del mago súbitamente. Es curioso cómo las puertas de buena calidad chirrían en ciertos momentos de tensión... sus dueños no suelen molestarse por este hecho, solo esperan de ellas que lo hagan con más clase.

- Eso no será necesario, mi padre...

- ¡Donde están sus cuerpos! -el comerciante, apoyado a hombros de su hijo y custodiado por dos guardias personales vociferaba desde el umbral- ¡Pienso escupir en ellos hasta que mi lengua envidie al desierto de Zer'n.

-Aquí están sus cabezas -el ilusionista alzó el saco que portaba- y se lo entrego como muestra de que...

- ¡Sus cabezas no! ¡Pedí sus cuerpos!... maldita panda de campesinos ¡Esta bien! Habéis logrado más de lo que me esperaba ¿Acabasteis con todos?

- No señor, tras su emboscada...

- Mañana partiré con vosotros y junto a mis guardias arrasaremos ese escondite... -mirando el saco, con una cara de asco como quien mira un saco lleno de cabezas humanas, prosiguió- ¿Estos son? Falta el jefe... bueno, ya buscaremos a ese condenado mañana ¡Ahora largo!