lunes, 14 de noviembre de 2011

A mí me daban dos

Llevábamos corriendo bastante tiempo, esquivando raíces, cortando ramas, el bosque nos abrazaba como una madre cuando protege a su hijo... pero ese hijo tenía una espada y prisa. Si no alcanzábamos a los ladrones no conseguiríamos nuestra/su recompensa.

Fue entonces cuando ocurrió, acompañada de un silbido un salpicón de sangre brolló del cuello del primero de nosotros. La primera flecha había sido lanzada, y las piernas del pobre receptor llevaban tanto impulso que todavía caminó dos pasos antes de caer muerto.

-¡Cubríos! - no se quien gritó, pero fue lo más sensato y a la vez lo más obvio que se pudo oír

Varias flechas cayeron en la maleza, una consiguió dar en la pierna de otro de nuestros hombres que pretendía reaccionar un instante más tarde que el resto. Yo, por mi parte, tenía que actuar rápido, si aquello era una emboscada, los bandidos todavía no habían mostrado todas sus cartas... es curioso que una emboscada en un valle también se diga emboscada, supongo que cuando la gente grita “Nos han tendido una trampa” suele caer muerta antes de terminar.

Saqué rápidamente tres pequeñas esferas de una de las bolsas de mi cinturón y las lance contra los arboles que teníamos tras nosotros, hacia el camino por el que habíamos venido, con el impacto se incendiaron y empezaron a quemarlos. Alcé mi ballesta y esperé. El primer ladrón saltó de un árbol cercano al poco tiempo, disparé cumpliendo mi predicción de errar el disparo, y grité:

-¡Retaguardia!

Tras un nueva cobertura que no me expusiera a los enemigos que nos flanqueaban, vi como varios hombres, concentraban la defensa en los nuevos enemigos, mientras el mago pronunciaba unas palabras entre siseo y gorgojeo que avivaron las llamas. En primera linea seguía el intercambio de flechas, un poco desigual por parte del equipo local, que dominaba el juego.

Santiago miró su azada, él era un granjero cuya cosecha de nabos y tomates no había sido productiva aquel año... ni el anterior, y ahora mismo estaba rodeado de hombres que se pretendían quitar la vida, muchos portaban armaduras, todos armas, algunas de esas armas con filigranas en la hoja, y él con su azada.

Miró uno de los arqueros trepa árboles que le separaban de la recompensa que le daría de comer aquel año... y con suerte el siguiente. Cogió impulso y le lanzo la azada; podía ser que su arma no fuera lo bastante sofisticada como para acabar con la vida de un hombre; la azada impactó sobre su objetivo y este se desequilibró; pero durante todos estos años, Santiago se había estado labrando un amigo fiel; el bandido empezó a caer; que era lo suficientemente duro para tal cometido.

6 comentarios: