jueves, 2 de febrero de 2012

Compartir es vivir

-¡Rápido! ¡La llave de nuestra habitación!

-¿Pe... perdone? -el amo de la posada estaba completamente extrañado

-La llave de nuestra habitación -repetí- Lumen está en serios apuros y necesita uno de su pergaminos.

-¿Qué?... ah, ah, así que viniste con Lumen, no recuerdo yo...

-Sí, ya lo se, ya lo se, la gente ve a un gran mago y se olvida del guerrero, el cazador y el escudero que le acompañan... y eso duele, por que seguro que se acuerda de alguna de las jovenes que vinieron a pedir que el mago les leyera el futuro...

-Ya bueno... por que ya las conocía de haberlas visto en la plaza...

-Sí ya, -corté secamente- Supongo que puedo darle una pequeña compensación por hacerle trabajar a una hora tan temprana... ¿Y esa llave?




La habitación del lanzahechizos era de las más grandes y sin duda tenía las mejores vistas... sí, eran vistas a la calle principal, pero eran las mejores vistas de todo el edificio.

Los libros apilados en el escritorio me decían que Lumen no se había marchado... o al menos no había pretendido marcharse definitivamente de la habitación. Las túnicas del armario ratificaron mi deducción y esperaba que los secretos del cofre que se encontraba a los pies de la cama me aportaran algo más que respuestas.

Me agaché en cuclillas a su lado y saqué el estuche de herramientas necesarias para abrir cerraduras a las que técnicamente uno no tiene permitido acceder. Lo primero que cogí en mi mano fue un monóculo, entre mis dedos tenía una herramienta indispensable para mirar a través de las cerraduras, no sería la primera persona que veo a la que soplan una aguja mientras pone el ojo donde no debe... y esta vez no me gustaría estar al otro lado de la cerradura.

1 comentario:

  1. Que curioso ayer ablamos de monóculos y mira tu. Que hoy sale uno en el relato, que cosas. E!.

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