lunes, 24 de octubre de 2011

Un juevelunes cualquiera

Recorrí la calle principal del pueblo, no fué tarea fácil, porque Nashvil se caracterizaba por ser larga, muy larga, todos los comercios querían un sitio en la calle que llevaba al “Camino del hombre cojo”, transitada por los viajeros que iban o volvían de la capital propensos a gastar algo de sus ganancias. Te podían asaltar comerciantes muy variados, desde vendedores de especias, pasando por los típicos vendedores de carne empalada al grito de “¡Con estos precios voy a la quiebra!” hasta llegar a los templos de Nashvil donde los sacerdotes pedían donaciones para sus respectivos dioses.

Cuando llegué al lugar del asalto, ya habían conseguido hacer las primeras curas a Böbraen. Se encontraba recostado sobre su carro al que los asaltantes habían volcado, a su lado, un montón de paja esparcida por el camino y entre ella un par de armas parcialmente visibles. Su hijo, algo más calmado, ya había empezado a relatar lo ocurrido a la multitud que hacían corro alrededor de ellos dos.

- … a la Capital, sí, allí nos dirigíamos, habíamos escondido las armas entre la paja y portábamos ropa de plebe para hacernos pasar por campesinos y despistar así a los bandidos -eso no era del todo cierto, llevaban ropa sucia y enfangada, sí, pero para un ojo experto esta seguía siendo de buena calidad. La imagen era más bien, como si dos burgueses se hubieran emborrachado aquella noche y hubieran decidido dormir en sus cuadras para no despertar a sus parientas- pero... pero de repente nos asaltaron y...

- ¡Y ESOS CABRONES NOS ROBARON! -Böbraen parecía haber revivido, o al menos la parte de él que sabía blasfemar – ¡Esos hijos de una amapola rosa silvestre me robaron el perfumado fruto de mis maravillosos comercios en tierra de enanos! ¡Con lo delicados, agradables y muy simpáticos que son los enanos, esas criaturas adorables a las que me encantaría espachurrar entre mis brazos como muestra de lo tolerante y lo poco xenófobo que soy yo! ¡Y esas magníficos hijos de una amapola silvestre me han atacado y me lo han robado todo! ¡Cuando consiga ponerle la mano encima de uno de sus tersos cuellos, pienso retorcérselo hasta que pueda ver el amanecer plácidamente a orillas de una playa de agua cristalina, compartiendo una copa del mejor vino!

Bueno, técnicamente esas no fueron las palabras exactas que perpetró la boca del comerciante... pero hay cosas que no repetiré en presencia de una dama.

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