Nâshvil era un pueblo de interior que se había convertido en un pequeño gran bullicio de viajeros. En sus inicios era un asentamiento de los obreros y esclavos que trabajaban en la construcción del “Camino del hombre cojo” hará ya un par de décadas. Aunque exactamente no lo construían, simplemente lo adecuaban para el paso de grandes carretas y el uso mercantil. Y es que el camino ya existía, era un puerto de montaña que los contrabandistas usaban para llevar sus productos desde la costa a las zonas de interior de la región, y se llamaba así porque... bueno, porque era muy estrecho.
Una vez adecuado, el “Camino del hombre cojo” resultó ser una vía más rápida que algunas de las rutas que ya existían, así que muchos viajeros la frecuentaban y muchos de ellos paraban en Nâshvil en busca de un plato caliente y una cama donde dormir. Aquellos que en su día tuvieron suficiente ojo para los negocios como para crear una taberna en medio de aquel montón de casas desperdigadas encontró en Nâshvil su pequeña mina de oro. Por suerte o por desgracia, Grönan tuvo esa idea.
“El Poni remendado” fue una de las primeras posadas de Nâshvil, Grönan, un antiguo comerciante conocía bien las ventajas del “Camino del hombre cojo”, era consciente de que sería una gran ruta al interior y que los viajeros harían cola para dormir en algún lugar cercano, así que recogió lo que había ahorrado durante sus años de honrado trabajo e invirtió en la construcción de un modesto edificio en el centro de Nâshvil, donde ahora está situada la “Plaza de la Fuente”.
Pasaron los años, y Grönan celebraba y se regocijaba de los beneficios que había obtenido de los viajeros que pasaban la noche en su posada. Desgraciadamente, su mujer, Pristila, también había estado beneficiándose de los viajeros que pasaban la noche en su posada.
Según Grönan, no pasó mucho tiempo hasta que se olió que algo raro ocurría, y cuando descubrió el engaño, llevó a su mujer ante las autoridades. Las leyes de la mayoría de los templos de Nâshvil, coincidían en que el castigo por adulterio era la lapidación pública para la mujer y una bofetada en la mejilla izquierda para todos los cómplices del adulterio. No obstante, el juez que medió entre las dos partes se apiadó de Pristila y decidió condenarla al exilio... y era tal la devoción que el juez sentía por su trabajo que marchó con la mujer para supervisar que efectivamente cumpliera con su condena.
Las noches en el “Poni remendado” nunca volvieron a ser lo mismo.