lunes, 28 de noviembre de 2011

Cabezas de familia

Apresuramos el paso al deducir que una horda de furiosos bandidos podía echarse nos encima. Estaba siendo una caminata realmente vigorizante, el mago caminaba ahora junto a nosotros, llevando las riendas de su caballo con nuestra recompensa.

- Vaya Hërz, deberías mirar más el camino y menos las armas, -el vendedor de verduras que acompañaba mi izquierda me miró con cara de no haber roto nunca un plato- estando en las alforjas es difícil que te tropieces con ellas.

- Ya, bueno... digamos que aunque siento respeto por la sabiduría del arcano, nunca había pasado uno por el pueblo... ¿Seguro que es de fiar?

- Es cierto -Santiago intentaba susurrarnos para disimular la conversación ante unos oídos en concreto- aunque ha estado ayudando a bastante gente desde que vino, nunca han sido servicios gratuitos... espero que al no ser de los nuestros no le tiente la codicia.

-Por supuesto Santiago, gente como tú, -le puse la mano en el hombro, para crear cierta cercanía- honrada, es de quien nos podemos fiar, podrías haberte quedado en casa con tus hortalizas y tus frutas, pero decidiste ayudar a Böbraen y no por una recompensa... si no por que tú eres así.

Santiago levantó la cabeza orgulloso, sintiéndose la persona más honesta del mundo y se marchó a los principios de la fila de nuestra cabalgata humana... con su maza a dos manos al hombro.

Metí la mano en la mochila y saqué una antorcha. Empezaba a oscurecer, y se notaba aún más con el espesor del follaje. Por suerte para nosotros y para desgracia para la historia, no nos ocurrió nada más interesante en el trayecto, las pocas bestias salvajes que quedaban en el “Camino del hombre cojo” habían aprendido hace tiempo a no cruzarse con un grupo de humanos con armas y/o antorchas en la mano. Al llegar ante la puerta de la casa-comercio, un edificio grande y bien cuidado situado en el camino principal, Lumen volvió a levantar el telón, y acabado el intermedio, su mala función de títeres volvió a empezar.

- Caballeros, ahora debemos hablar con Böbraen, estoy seguro de que se alegrará que sus agresores hayan sido debidamente ajusticiados. Por ello, y con toda la intención de molestar lo menos posible a nuestro común benefactor, propongo encargarme personalmente de comunicarle...

El chirrido de una puerta bien engrasada cortó la interpretación del mago súbitamente. Es curioso cómo las puertas de buena calidad chirrían en ciertos momentos de tensión... sus dueños no suelen molestarse por este hecho, solo esperan de ellas que lo hagan con más clase.

- Eso no será necesario, mi padre...

- ¡Donde están sus cuerpos! -el comerciante, apoyado a hombros de su hijo y custodiado por dos guardias personales vociferaba desde el umbral- ¡Pienso escupir en ellos hasta que mi lengua envidie al desierto de Zer'n.

-Aquí están sus cabezas -el ilusionista alzó el saco que portaba- y se lo entrego como muestra de que...

- ¡Sus cabezas no! ¡Pedí sus cuerpos!... maldita panda de campesinos ¡Esta bien! Habéis logrado más de lo que me esperaba ¿Acabasteis con todos?

- No señor, tras su emboscada...

- Mañana partiré con vosotros y junto a mis guardias arrasaremos ese escondite... -mirando el saco, con una cara de asco como quien mira un saco lleno de cabezas humanas, prosiguió- ¿Estos son? Falta el jefe... bueno, ya buscaremos a ese condenado mañana ¡Ahora largo!

jueves, 24 de noviembre de 2011

El arte de narrar

Las ramas y las hojas caídas eran aplastadas por los pies de tres hombres que iban corriendo. Pese a que aquella parte del bosque empezaba a estar más despoblada, la luz era cada vez más tenue, el atardecer se habría paso en su cíclico camino.

Una flecha surcó el cielo y rozó el pelo del hombre que corría a la cabeza, Rápidamente el hombre alzó el puño, y al hacerlo, la manga de la camisa se bajó mostrando el pañuelo rojo que llevaba atado a la muñeca.

-¡Somos nosotros! ¡Somos nosotros!

-¡Oh! -el tirador parecía preocupado... era lógico- lo siento jefe, les vi corriendo y con la cara tapada y no...

-¡Baja del árbol de una puta vez! -Renard, líder del los bandidos que operaban en Nâshvil no toleraba las equivocaciones. Miró la flecha que se encontraba clavada en el suelo, después de tantos peligros vividos en el ejercito, haber muerto por semejante estupidez era ridículo.

-Yo... -el hombre ya dialogaba con los pies en el suelo- lo siento señor, oí algo y me adelanté de mi posición... luego llegaron usted y...

-¿Qué a pasado aquí? -un quinto hombre se unió a la conversación- ¡Señor! ¿Y... y los demás?

-Se han quedado atrás para facilitarnos la huida

-¡Los vuestros ha tenido la avaricia de contradecirme! -Renard apuntaba con el dedo al nuevo interlocutor- ¡También quisieron llevarse todas las armas! ¡Espero que los hayan matado a todos!

-Sí, Zacar a sido siempre un agitador y un avaricioso, lo siento, intentamos que se quedara en el campamento montando guardia, pero...

-Y las armas ¿Las habéis perdido?

Renard miró penetrántemente al hombre que momentos antes le había regalado una flecha. Con un rápido movimiento desenfundo su espada y cortó su cuello con una entrenada destreza. Era la segunda vez que en aquella imagen aparecía el rojo.

-¡Mierda!

-¡Joder! -los que presenciaron la escena estaban atónitos- no... ¿No se ha pasado un poco? Es decir, lo que ha dicho...

-No, le he cortado el cuello por fallar el tiro de antes, -Renard ya limpiaba la sangre de su filo con las ropas del cadaver- si no lo hubiera errado ahora seguiría con vida.



------------------------------


El narrador volvió a coger su copa, sabía que era autosugestiono, pero tenía la boca seca... ¿O puede que estuviera demasiado acostumbrado a beber? Su anfitriona llevaba un rato ligeramente distraída.

-¿Ocurre algo, mi señora?

-Oh, no sabía si podía interrumpirte o eso iba en contra de las normas del juego.

-No, no. Si tiene que ver con el relato, no -al dejar la copa y volver a alzar la mirada sonrió levemente- De hecho será un completo placer aclarar cualquier duda.

-Veras me estaba preguntando ¿Cómo conoces lo que ocurrió entre Renard y sus hombres? ¿O cómo sabes la reacción de Râhin al encontrarse la cuenta de la posada entre sus ropas?

-Bueno, se cómo piensa la gente... es fácil deducir sus reacciones...

-Ya, pero estás suponiendo conversaciones exactas, no meros matices de lo que sentían.

-¡Oh, mi señora! Los autores deben poner palabras para transmitir esas sensaciones. Estoy seguro que el lobo no discutió con la niña sobre el tamaño de sus orejas antes de comérsela, pero al narrarlo había que crear esa tensión, ese camino hacia al desastre que lleva al oyente a tener los nervios a flor de piel.

-Ya, pero eso es un cuento infantil ¿Desde cuando hablan los lobos?

-No lo se, no se me ocurrió preguntárselo

-... conociste a un lobo que hablaba.

-No, pero no por ello la historia de cómo lo conocí sería menos interesante.

La mujer arqueó las cejas, reflexionó un instante y ladeo la cabeza sutilmente.

-Está bien, puedes continuar.

lunes, 21 de noviembre de 2011

No sin mi loot

-Yo he matado a tres de esos hijos de puta, que es más de lo que habéis hecho vosotros.

-Aquí que cada uno cargue con lo que pueda...

-¡Eh! ¡Hijo de troll! Ya puedes ir dejando eso en el suelo.

-¿¡Tu madre regaba las hortalizas en la “Ciénaga de los Lamentos” o que te ocurre!?

-¡Caballeros! Por favor -Lumen hablo con una sonrisa tranquila en su rostro- celebro que tras el combate les queden fuerzas para discutir... si me permiten les aconsejaría que repartamos el botín de una manera equitativa. Si bien es cierto que es divertido vociferar animádamente con los compañeros quien a matado más enemigos en el combate, no hay que con ello menospreciar el valor y la capacidad de todos... más aún cuando con ello insultamos a nuestros amigos que no nos pueden responder.

Todos miraron hacia los cuatro cuerpos que yacían en el suelo, cerca del grupo. Hacía apenas un cuarto de jornada nos acompañaban corriendo desde el pueblo y ahora no iban a poder regresar por su propio pie. El silencio que se escuchó a continuación rompía completamente con la griterío anterior. Pese a que todos habíamos visto la muerte de cerca, la perdida de una vida todavía proporcionaba algo de respeto hacia la persona que la había poseído. Los presentes que tenían casco se lo quitaron, aprovechando para quitarse de la cara el sudor que les había producido.

-Así pues -prosiguió el brujo- coincidimos en una partición por igual, que por comodidad de todos y para evitar que en una futura emboscada portemos demasiado peso como para devolverles el ataque, llevaremos en las alforjas de mi caballo hasta llegar al pueblo.

Tras unas miradas furtivas, los demás asintieron, era lo mejor, y tras aquel momento emotivo, los participantes de aquella refriega se dieron cuenta que habían salido de aquella situación por los pelos.

Empezaron a recoger las armas y a esconder los cuerpos que más tarde teníamos que llevar a Böbraen. Todo el mundo tenía un ojo avizor por si nos interrumpían durante nuestra tarea con una de las amigables flechas que habían demostrado ofrecer los bandidos... también había ojos, aunque no muy expertos en su tarea, pendientes de que el botín no desapareciese a mitad de camino hacía las alforjas.

Caminé por la periferia del improvisado campo de batalla. Mis sospechas eran que aquellos solo eran los subordinados de alguien más importante y que... efectivamente aquello solo había sido una distracción para dejar escapar a los que seguramente eran los cabecillas del grupo con el que nos habíamos enfrentado... estaban bien organizados, pero al no haber nadie dando ordenes durante la pelea era evidente que... mis ojos, que buscaban huellas o algún otro rastro se encontraron con un pie ajeno... posteriormente con una pierna, un torso y la cara del cazador de las pieles en verano. Parecía que él había tenido la misma idea que yo. Realicé una pequeña reverencia y le cedí el paso para que volviera con el grupo. Tras una mueca de desprecio, vi como su nuca se dirigía con paso rápido hacia el mago.

jueves, 17 de noviembre de 2011

De magdalenas y pasteles

Tras los educados saludos y otras conductas sociales típicas, la refriega parecía que se desarrollaba de una forma un poco más ordenada. Los primeros instantes habían sido algo caóticos, pero los sorprendidos, para sorpresa de todos, se habían convertido en los sorprendedores y estaban rebatiendo de una manera sorprendente los argumentos que les lanzaban los ya no tan emboscadores bandidos.

Ballesta en mano, lance un par de virotes, tratando de no desvelar demasiado mi escondite. Los primeros en caer fueron los que habían pretendido envolvernos por la retaguardia, y que tras chamuscarles sus planes, prosiguieron el combate a pie, muy a su pesar. Había un guerrero, que no conocía del pueblo, que fue especialmente diestro con la maza y el escudo, prácticamente el combate en la retaguardia lo había ganado él... tubo suerte de que yo estuviera ahí para impedir que le mataran de una flecha en la espalda.

Por otra parte, la vanguardia era algo más nivelada, Santiago se desenvolvía bien con el arco que acababa de adquirir... no obstante, los enemigos del que nos iba a pagar poseían más destreza y no dejaban de hostigar desde los arboles. El herido del principio... el rápido que tenía la flecha clavada en el muslo, estaba en medio de la lluvia de flechas, oculto tras un gran roca y pidiendo ayuda. Un joven rubio, el hijo de uno de uno de los carniceros del pueblo, salió corriendo de su escondite para intentar socorrerle, pero su cuello se topó con el afilado metal de una flecha, y ante tal situación, solo hay un resultado posible. En fin, luego la gente dice que no hay buenas personas en el mundo... lo que ocurre es que las buenas personas no llegan a la edad adulta.

La batalla se desarrolló sin ningún altercado más destacable. Pese a la efectividad de la táctica que usé para acabar con los enemigos que teníamos a la espalda, decidí no volver a emplear las bolas incendiarias, en parte para no rodearnos de un fuego que nos podía superar... como ya he dicho era verano, y el bosque estaba especialmente seco... en parte por que con un poco de suerte seríamos menos a demandar el botín.

Y tras apagar el pequeño incendio, empezó lo que ocurre cuando un grupo de desconocidos se tiene que repartir un pastel, que por muy grande que sea, siempre te encuentras con demasiados repartidores.

lunes, 14 de noviembre de 2011

A mí me daban dos

Llevábamos corriendo bastante tiempo, esquivando raíces, cortando ramas, el bosque nos abrazaba como una madre cuando protege a su hijo... pero ese hijo tenía una espada y prisa. Si no alcanzábamos a los ladrones no conseguiríamos nuestra/su recompensa.

Fue entonces cuando ocurrió, acompañada de un silbido un salpicón de sangre brolló del cuello del primero de nosotros. La primera flecha había sido lanzada, y las piernas del pobre receptor llevaban tanto impulso que todavía caminó dos pasos antes de caer muerto.

-¡Cubríos! - no se quien gritó, pero fue lo más sensato y a la vez lo más obvio que se pudo oír

Varias flechas cayeron en la maleza, una consiguió dar en la pierna de otro de nuestros hombres que pretendía reaccionar un instante más tarde que el resto. Yo, por mi parte, tenía que actuar rápido, si aquello era una emboscada, los bandidos todavía no habían mostrado todas sus cartas... es curioso que una emboscada en un valle también se diga emboscada, supongo que cuando la gente grita “Nos han tendido una trampa” suele caer muerta antes de terminar.

Saqué rápidamente tres pequeñas esferas de una de las bolsas de mi cinturón y las lance contra los arboles que teníamos tras nosotros, hacia el camino por el que habíamos venido, con el impacto se incendiaron y empezaron a quemarlos. Alcé mi ballesta y esperé. El primer ladrón saltó de un árbol cercano al poco tiempo, disparé cumpliendo mi predicción de errar el disparo, y grité:

-¡Retaguardia!

Tras un nueva cobertura que no me expusiera a los enemigos que nos flanqueaban, vi como varios hombres, concentraban la defensa en los nuevos enemigos, mientras el mago pronunciaba unas palabras entre siseo y gorgojeo que avivaron las llamas. En primera linea seguía el intercambio de flechas, un poco desigual por parte del equipo local, que dominaba el juego.

Santiago miró su azada, él era un granjero cuya cosecha de nabos y tomates no había sido productiva aquel año... ni el anterior, y ahora mismo estaba rodeado de hombres que se pretendían quitar la vida, muchos portaban armaduras, todos armas, algunas de esas armas con filigranas en la hoja, y él con su azada.

Miró uno de los arqueros trepa árboles que le separaban de la recompensa que le daría de comer aquel año... y con suerte el siguiente. Cogió impulso y le lanzo la azada; podía ser que su arma no fuera lo bastante sofisticada como para acabar con la vida de un hombre; la azada impactó sobre su objetivo y este se desequilibró; pero durante todos estos años, Santiago se había estado labrando un amigo fiel; el bandido empezó a caer; que era lo suficientemente duro para tal cometido.

jueves, 10 de noviembre de 2011

Cartas de amor

Râhin le dio su espada al sirviente y esté la colocó en el pequeño armero que el hijo del comerciante tenía en su excesivamente decorada habitación.

Había sido un día duro, el viaje, la reunión con los bandidos ¿Qué es lo que había estado hablando su padre con aquel ladronzuelo prepotente? Y después, Râhin se llevó la mano al cuello al recordar eso, creía que iba a morir... de verdad lo creía, pero parecían más interesados en matar a su padre y salir corriendo ¡Suerte que su padre era un hombre precavido y llevaba su camisote de mallas debajo de la ropa!

-Señor -interrumpió el sirviente- … para desvestirle...

-Oh, sí por supuesto -bajó el brazo, seguía sujetándose el cuello.

Caro que él también llevaba el suyo, pero... creía que iba a morir ¿Por qué su padre no había querido llevar a más hombres para que protegieran el campamento? ¿Y los disfraces? No era la primera vez que recorrían el “Camino del hombre cojo” y nunca... bueno, debía dejar de criticar a su padre, al fin y al cabo estaba al borde de la muerte y no le parecía el momento más adecuado para...

-Mi señor, ya está listo – dijo el sirviente- mandaré a quemar sus ropas, éste barro no creo que se pueda limpiar y los rotos... ah, y se le ha caído un papiro de entre las ropas, se lo he dejado en el escritorio.

-Puede retirarse – sentenció toscamente

¿Un papiro? Cuando el sirviente se hubo ido alargó la manó, lo cogió y lo desdobló ¿Eso era su letra? Empezó a leerlo.


Yo, Râhin, hijo de Böbraen que a su vez fue hijo de Menron. Me comprometo por la presente a pagar la deuda contraída el sexagésimo cuarto día de verano en “El Poni remendado”, cuyos artículos consumidos expongo a continuación.

-Doce barriles de cerveza
-Quince botellas de hidromiel
-Tres botellas de vino de Ydrei'l
-Nueve botellas de “Desgarrahigados"
-Cinco chupitos de “Enviuda viudas"
-Un chupito de matarratas
-Dos estofados de buey
-Un costillar de cerdo
-Tres pechugas de pollo con guarnición

Que serán pagados en un plazo de cuatro días empezando por el día de hoy y cuyo precio asciende a no más de 50 monedas de oro, precio acordado por Grönan al tener la amabilidad de prestarme en su taberna. Si dicho pago no es realizado en el temporalidad concretada o no se abona el dinero convenido, dejo a disposición del sabio dueño de la taberna la tarea de usar los métodos que él crea oportunos para satisfacer sus deseos.

Firma el pagaré:
Râhin der Böbraen


Râhin cerró la boca, despacio. Volvió a mirar su firma.

- ¿¡Pero qué mierda...!?

jueves, 3 de noviembre de 2011

Penitenciagite

Éramos una docena de hombre buscando a los asaltantes, con cierta dificultad. No eran estúpidos, conocían la zona y aprovecharon que Râhin tenía que ir al pueblo y volver con la ayuda para borrar su rastro. De vez en cuando, el mago, Lumen dijo que se llamaba, por no se que cuentos de su aura, que al proceder de un antiguo linaje de hechiceros, esta despedía continuamente maná y era luminosa como la luz del sol en un día de verano y creo que algo más, yo estaba atendiendo el camino y no le escuchaba mucho.... de vez en cuando, decía, señalaba alguna rama o brizna de hierba pisada y pronunciaba un “Todavía no les hemos perdido la pista, caballeros”. Era algo curioso, dado que las personas que íbamos delante eramos una montaña de alimañas muertas que cubrían a un cazador y yo.

Después de unos minutos de caminar, vi hacia donde nos dirigíamos:

- ¡Escuchad! -vociferé- Los bandidos se dirigen a las cuevas al oeste del “Camino del hombre cojo”, había oído rumores que ahí se estaban reuniendo un pequeño número de bandas locales, así que será mejor que nos dejemos de seguir rastros y empecemos a corres para alcanzar a nuestros ladrones, o nos tendremos que enfrentar a un reto mucho mayor.

- ¿Y cómo sabe usted eso? -Lumen se me había acercado durante mis palabras- ¿Eh? ¿Por qué deberíamos confiar en usted?

- En primer lugar, puedes tutearme, yo lo haré, y contestando a tu pregunta... es sencillo, viviendo aquí. No obstante, creo que aunque llevaras en el pueblo más tiempo no te enterarías de lo que ocurre en él, es difícil que tus libros cuenten lo que ocurre a tu alrededor.

Nuestros compañeros de búsqueda nos observaban expectantes. Algunos empezaron a mirarme mal... es divertido meterse con las figuras de admiración de la gente.

- Noto cierta mal intencionada soberbia en sus palabras, como si lo que soy le irritase en demasía. No se preocupe, la envidia y el temor a lo desconocido suelen provocar esos nefastos sentimientos.

- ... -tuve que bajar la cabeza- sí... sí lo reconozco, he de admitir que la incomprensión y la envidia, todo sea dicho, me han cegado y le he incordiado con datos que un extranjero es normal que desconozca. En ningún momento he pretendido ofenderle y si esa ha sido la impresión lo lamento en lo más profundo de mi alma. Soy consciente de que su saber es cuasi infinito y que posee conocimientos de gran valor... y hablando del tema -saqué una moneda de uno de mis bolsillos mostrando la sonrisa que había intentado maldisimular- tengo este doblón de oro del reino de Aâran... ¿Me podría dar el cambio en centavos?